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ek balam [parte VII]

Después del principio, cuando ya estaba el maíz y el cacao, cuando los hombres no sabían aun que existíamos nosotros, cuando le tenían miedo a los hongos por que mostraban verdades, Mahucutah preparaba el desayuno y Balam Qitzé daba un beso a sus pechos para demostrar la debilidad ante ella, tan tibio veneno para quienes no existían aun, fue el pecado bendito de lodo, hecho para los que sobreviven al inframundo. Temeroso silencio dejó a su paso.
Balam Acab se arrodillaba a su encuentro e Iqui Balam no hacía más que resoplar por la decisión de quedarse solo, sólo solo con el fuego. Siempre la amé en las sombras, y juro que por unos momentos ella también lo hizo, fue la resaca de saber de lo suicidios que liberaron a muchos de nuestros herederos quien la hizo perderse y olvidarse de nuestros fortuitos, infalibles e infalables, infaltables encuentros.
Balam Qitze la levantó de entre los cielos para regalarle soles, ruinas y sueños, borrando cualquier registro de nuestros recuerdos. Recogí lo que quedó de esos nuestros intentos, pero eran tan trizas, tantas partes que me fue imposible pegarlas, así que me llevé las garras a los ojos y al pecho, tratando de arrancarla de ésta vida, perenne, aunque me fuera lo inmortal en ello.
De ese entonces y hasta hoy, me paseo por las ruinas desde siglos, interminables ciclos, después de que se ha ido para encontrarme con el tiempo a zarpazos, garra a garra y vuelo a vuelo, que creí perdido por varas de pasos, esperando encontrarme de entre las visitas que hacen a los templos, buscarme algo para cenar hoy o cuando menos beberme sarcasmos de ella o de mi para pretender que me alejo. Siguiendo esta leyenda de quien siempre sigue escapando y persiguiendo.